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Las Guerras de Cuba, así en plural ya que en realidad fueron varias y sucesivas como más adelante iremos desgranando, constituyen uno de los pasajes mas tristes de la historia militar española. Lo que culminó con el denominado «Desastre del 98», que marco a varias generaciones, no solo de intelectuales, uniendo en su desdichado destino también a las muy importantes plazas de Puerto Rico y Filipinas, en Cuba había empezado en 1868, treinta años antes.
Si hay un acontecimiento que durante mas de cien años ha generado una corriente incesante, controvertida y lastimosa de frustración colectiva este ha sido sin lugar a dudas la perdida de «La Perla del Caribe». Cuba, el ultimo gran bastión de lo que en otro tiempo supuso la hegemonía hispana de prácticamente todo el continente americano, (incluido Brasil durante casi 60 años con los Austrias, de 1580-1640) se convirtió por su especial significación, su peso especifico, su papel en la economía peninsular y el hermanamiento con sus habitantes, en una verdadera amputación, en la desaparición luctuosa de un hermano muy querido y cercano.
Quién no tenía un familiar directo allí, en mi caso un tatarabuelo militar nacido en La Habana en 1848, o al menos un conocido con cierto parentesco. Quien no había formado parte de las sucesivas guarniciones de remplazo allí destacadas, o tenía relación comercial con ese puente incesante de riqueza que significaban los «Ingenios» o plantaciones de la caña de azúcar, el celebérrimo tabaco, el ron, la industria naval, o simplemente escuchaba aquí una Habanera en los pueblos costeros de Girona. Por último, quien no ha oído al menos una vez en su vida esa sentencia inamovible ante algún mal trago vital de «Más se perdió en Cuba»…
Todo ello con su parte como decíamos de vigilia colectiva, que por las especiales circunstancias de todo lo que allí pasó y cómo pasó, han configurado un laberinto que intentaremos humildemente desbrozar.
Lo que aquí nos ocupa, los factores militares, las campañas y sus protagonistas, de Eloy Gonzalo al almirante Cervera y antes de ellos, nos han llegado como rumores lejanos de una historia que nos es demasiado cercana todavía hoy. Con Cuba perdimos la última gran ventana al continente que nos hizo grandes, y también dejamos de ser los europeos más «americanos».
Lo verdaderamente triste de todo aquello es que Cuba se fue para siempre por una suma de incapacidades, vilezas, falta de visión y mínima sensibilidad por parte de una clase política, y alguna militar también, mas pendiente de ver los toros desde la confortable barrera que de conocer el verdadero trapío del morlaco. Estados Unidos se limitó a recoger los despojos de ese capote sin utilizar. Pasó hace mas de cien años pero parece una vicisitud demasiado cercana todavía como para no sacar alguna reflexión al respecto.
-La Guerra de los Diez Años (1868-1878).
También llamada Guerra Grande, se inició el 10 de octubre de 1868 de la mano del hacendado criollo Carlos M. de Céspedes, que además de haber liberado a sus esclavos previamente, se revelaba en gran medida contra un trato discriminatorio de las distintas zonas de la isla por parte de la administración. Hablamos en consecuencia de una guerra mas con un trasfondo de tipo económico, no tanto todavía de la búsqueda de la propia identidad.
La operación mas destacable fue la toma por parte de los rebeldes de la ciudad de Bayamo. La contraofensiva se desarrolló por parte del conde de Valmaseda y del celebre general Weyler, siguiendo la vieja estrategia de la tierra quemada.
Posteriormente se envía desde Madrid como Capitán General de la isla al general Domingo Dulce, que además de enfrentarse a los insurrectos se encuentra también con la oposición de la alta burguesía local que ve peligrar sus privilegios. El denominado «partido peninsular» se opone a Dulce, incluso se llegó a especular con que podía ser parte de la conspiración que promueve el siniestro atentado contra el heroico general Prim en Madrid, ante el temor de que este último pactara con los insurrectos ciertas concesiones.
La guerra duro diez largos años no tanto por ser un choque de poder a poder, la desproporción entre ambos bandos fue realmente muy notoria, si no como en el resto de posteriores conflictos en la isla, por una nefasta gestión política que utilizaba al ejercito como carne de cañón y punta de lanza para tapar otras carencias estructurales. La mayoría de las bajas no lo fueron por operaciones y combates cruentos, muy al contrario, las tropas expedicionarias mal equipadas, poco preparadas y mal alimentadas, moría en los hospitales por distintas enfermedades.
El postrero Pacto de Zajón cierra en falso, bajo la apariencia de una victoria que no lo fue del todo, este inicio de unas hostilidades que solo acababan de empezar.
-La Guerra Chiquita (1879-1880).
Cronológicamente hablamos de la continuación al largo conflicto de 1868 y es el antecedente organizativo, mas que estrictamente militar, del inicio de la Guerra de la Independencia Cubana.
Mas que una guerra en el sentido estricto de lo que esto significa se trató de una serie de levantamientos y escaramuzas que inicia el general Guillermón Moncada al declarar de nuevo la guerra en Santiago de Cuba, habiéndose constituido previamente en 1878 el llamado Comité Revolucionario, bajo la dirección del también general Calixto García.
En esta ocasión se mantiene la desproporción numérica entre ambos bandos pero ahora las tropas españolas sí están mejor entrenadas y pertrechadas por lo que el conflicto no se alargo en exceso y fue sofocado sin excesiva dificultad. Ya en esta época surgen personajes muy significados como lo fueron Maceo y José Martí, inspiradores y en gran medida artífices del levantamiento generalizado que posteriormente se produciría.
-La Guerra de la Independencia Cubana (1895-1898).
El 24 de febrero de 1895 es la fecha de inicio de este ultimo capitulo de nuestro necesariamente breve relato.
A pesar de la promulgación de un nuevo proyecto de autonomía para Cuba, cuyos principales artífices entre otros fueron Maura y Cánovas del Castillo, bajo el gobierno de Sagasta, y de la aplicación de un nueva constitución que otorgaba poderes hasta entonces desconocidos a la isla, bajo la tutela solo de un Gobernador General, la situación se presenta de forma muy incierta y no se consiguen los objetivos pacificadores que como tantas otras veces, llegaban demasiado tarde.
El gobierno autónomo local de José María Gálvez, a pesar de que es innegable que este nuevo estatus podía permitir a la isla un contexto muy distinto, no logra conectar ni convencer, chocando no solo con el común de los cubanos si no también con la muy poderosa colonia terrateniente criolla y la cada vez mas evidente implicación, todavía en la sombra, del gobierno de los Estados Unidos.
Desde esos mismos EE.UU., José Martí crea el Partido Revolucionario Cubano. La experiencia acumulada en la Guerra de los Diez Años permite al líder cubano darle un mayor protagonismo e independencia al ejercito insurgente, separando totalmente las operaciones en el campo de batalla de su gestión política, incluso diplomática, del conflicto y de la búsqueda de la independencia.
Como decíamos al principio gran parte del Oriente cubano se levanta en armas en 1895, declarándose el estado de guerra generalizado en toda la isla de forma casi inmediata. Desde la península se envía primero un nuevo contingente de refresco de unos 9.000 hombres que es completado posteriormente con otros 7.000, ambos de remplazo. Antonio Cánovas nombra Capitán General de Cuba al general Martínez Campos con el mandato de sofocar lo que algunos analistas miopes interpretaron en un primer momento como una nueva escalada que seria sofocada en unos meses.
Con la generalización del teatro de operaciones se inician los enfrentamientos, que ahora tienen una estrategia distinta por parte de los rebeldes. Se evitan las operaciones en campo abierto por parte de los Mambises desarrollando sin embargo una eficaz guerra de guerrillas que desgasta y desmoraliza a las tropas españolas de forma inexorable. Ya había pasado aquí con los franceses en 1808.
El ejercito irregular cubano y sus eficaces partidas de guerrilleros, conocedor del terreno como nadie, adaptado totalmente a un clima extremo, con unos niveles de humedad que son el caldo de cultivo perfecto para contraer todo tipo de epidemias, logra victorias de cierta importancia como la de «La Trocha de Júcaro».
Un joven medico militar recién llegado desde Zaragoza, con el empleo de capitán y apellidado Ramón y Cajal, se inicia en este escenario de pesadilla, solicitando de forma voluntaria hasta contraer él mismo el paludismo, los destinos y puestos de mayor peligro siempre al lado de los soldados heridos o enfermos.
Lo que había empezado como un levantamiento más, empieza a teñirse como un oscuro augurio, del color del desastre.
Se aplica un novedoso sistema, que si bien desde un punto de vista estratégico y funcional represento un gran avance en la práctica no consiguió del todo sus objetivos. Hablamos de los famosos «Blocaos», fortificaciones en línea, en algún caso unidos por un sistema de trincheras y líneas de aprovisionamiento por ferrocarril, que pretendía compartimentar la isla y sus distintas zonas y frentes.
A la vista de que las cosas no marchan como se suponía se destituye a Martínez Campos. En su lugar se nombra al prestigioso general Weyler, que recibe la orden de acabar con el conflicto en 24 meses a lo sumo. Se le dota de una descomunal fuerza expedicionaria, se habla de unos 250.000 hombres, muy bien pertrechados y con lo mas moderno en material militar. Es la última bala y Weyler lo sabe.
Este inicia una ofensiva a sangre y fuego que no consigue tampoco doblegar al insurgente. Las bajas de los españoles en combate y como consecuencia de todo tipo de enfermedades tropicales, son realmente brutales.
En 1897 Sagasta destituye a un Weyler en la práctica derrotado, que es sustituido por el general Blanco. El final está cada vez más cerca. Blanco no es capaz tampoco de enmendar lo que sus dos antecesores han dilapidado. En 1898, y con una beligerancia de Estados Unidos ya muy visible bajo el argumento que sus intereses están también amenazados ante la gravedad y dimensión del conflicto, presiona al gobierno de Madrid para que se concedan mayores reformas a la isla. Es demasiado tarde.
La posterior teatralización, un verdadero montaje, del hundimiento del acorazado «Maine», del que sin ningún rubor nos acusan directamente los norteamericanos sin que esto se haya probado jamás, es el último estertor de la presencia española en Cuba, y la antesala del enfrentamiento entre EE.UU. y España, cuyo desenlace y consecuencias es conocido por todos. En 1902 los norteamericanos ocupan la isla y desde 1917 Puerto Rico es un estado libre asociado a Estados Unidos.
Cabe destacar por ultimo que como en tantos otros conflictos, y después de un reparto de responsabilidades que no deja indemne a casi nadie (civil o militar), un recuerdo lleno de reconocimiento a las tropas españolas que allí combatieron. Algunos de su mandos ya hemos visto que no supieron estar a la altura pero tanto oficiales como tropa dejaron lo mejor de si en una guerra injusta, mal gestionada, cruenta, y en cierto modo también civil, ya que los que allí lucharon, en plena Manigua anegada y hostil, fueron compatriotas hasta 1898.
El viejo grito de «Cuba Libre», acuñado por aquel entonces, sirvió de nombre a una bebida de gran éxito posterior que ha llegado hasta nosotros. Al menos nos queda este combinado para brindar por el recuerdo y hermanamiento con los cubanos y puertorriqueños.